sábado, 11 de agosto de 2007

The Colossus strikes back!


Lamento el retraso en publicar una nueva entrada, pero es que he tenido unos meses un poco ajetreados desde que terminé la estancia en Munich. De hecho, no hacía ni una semana que había vuelto a Santander y ya tenía que volver a empaquetar: me iba a una semana a Rodas (sí, sí, donde el coloso).

No era un viaje de placer sino de trabajo ya que ibamos a asistir a un congreso, aunque algunos no tenían tan clara esa división, por lo que se vió. En cualquier caso, ya el viaje de ida fue una pequeña odisea, incluso antes de partir, ya que nos costó dios y ayuda encontrar billetes para las fechas que queríamos. Al final, pudimos comprar billetes para un viaje moderadamente económico y con un horario razonable. La realidad, una vez más, nos demostró que las cosas sobre el papel son preciosas pero que luego...

Bueno, el primer vuelo Santander-Barcelona salía con la fresca, a las 7:40 de la mañana. Nos costó un cojón encontrar un taxi a esas horas porque yo pequé de lerdo y no lo dejé encargado la noche anterior. Resultado: Amalia y yo estabamos aún en Los Castros cuando quedaba menos de media hora para que saliera el vuelo. Los de los radiotaxis no nos cogían el teléfono y los que pasaban por la calle iban petados de gente que volvía a casa después de la juerga. Al final, hubo suerte y después de más de media hora esperando pasó uno libre. Llegamos al aeropuerto con el tiempo pegado al culo, y aún perdimos un rato más en el mostrador de facturación discutiendo con la señorita de Iberia. Al parecer Francisco había facturado directamente a Rodas, a pesar de que el vuelo Atenas-Rodas lo hacíamos con Olympic Airlines, pero cuando quisimos hacerlo nosotros nos dijeron que era imposible porque ni compartían código ni eran de la misma alianza (no de civilizaciones, se entiende).

A pesar de que Francisco le enseñaba su resguardo de equipajes que ponía muy claro SDR-RHO, la señorita de Iberia zanjó el tema con una frase memorable: "El que se pueda hacer no significa que esté bien hacerlo". Era magnífica, pero como no había tiempo para discutir porque el avión se iba sin nosotros, aceptamos facturar sólo hasta Atenas y luego refacturar allí con Olympic.

Llegamos a Barcelona sin más incidentes, y allí compramos la prensa, guías de viajes, y toda la pesca porque teníamos una espera de 4 horas hasta que despegara el vuelo a Atenas. Pero, oh desgracia, el vuelo se retrasa, primero media hora y luego otra media, para acabar despegando con hora y media de retraso. Durante ese tiempo la espera pasó de aburrida, a incomoda, y de ahí a desesperante. Descubrimos que hay un número limitado de cosas que se pueden hacer en un aeropuerto en casi 6 horas sin perder ni la paciencia ni la cordura. Además, ibamos un poco acojonados porque con el retraso temíamos perder el vuelo de Olympic teniendo en cuenta que debíamos recoger el equipaje y volver a facturar y pasar el control pertinente.

Durante el vuelo, como era la hora de comer, los de Iberia nos agasajaron con una comida gratis. Esto sí que fue sorprendente porque normalmente no te dan gratis ni los buenos dias (por lo menos en el vuelo a Munich no lo hicieron). Así pues aproveché la pitanza para derramar sobre mis pantalones, mi libro y el asiento de delante el vino que me dieron. Como soy de natural torpe y además un poco lento, una vez que desenrrosqué el tapón de la botellita no podía volverlo a enrroscar. Evidentemente no se me ocurrió otra cosa que coger la botellita de marras por el tapón que estaba flojo con lo que ésta cayó sobre el vasito que acaba de llenar desparramando el vino por todas partes desde mis rodillas hasta abajo.

Una vez en Atenas, descubrimos que la realidad superaba a la ficción una vez más. Mi primera experiencia en un aeropuerto griego resultó tal y como imaginaba que sería: esperpéntica. La cola para facturar en los mostradores de Olympic era eterna. En vez de haber un mostrador por destino, los 8 ó 9 que estaban abiertos servían para todos los destinos con lo que toda la gente estaba allí al mogollón. A nosotros nos preocupaba perder el vuelo pero como el panel de salidas eran de una desinformación galopante no sabíamos a que atenernos. Además la cola avanzaba con una lentitud exasperante y teníamos que ver como algunos listos se acercaban a los mostradores con la excusa de preguntar "¿esta ventanilla es para este vuelo?" y ya que estaban allí aprovechaban para facturar ellos y otros 4 amigos que estaban en la cola y que se salían de ella en cuanto veían que el colega ya había hecho la pirula (o trececatorce, como se dice en mi pueblo).

Otra cosa graciosa era que según se acercaba la hora de cerrar un vuelo (los había a patadas, como no hay más que islas por allí...) salía un sujeto a llamar a voces (se vé que lo de la megafonía es un invento que no ha llegado a esas tierras) a los que quedaban en la cola pertenecientes a ese vuelo para que pasaran corriendo. Además, todo en griego, por supuesto. Allí estaban todo el rato parakaló, parakaló, una palabra cojonuda. Formalmente, significa "por favor" pero en realidad es una palabra comodín, como el bitte alemán, y sirve para "por favor", "gracias", "de nada", "disculpe", "perdone",... La verdad es que podríamos tener una de esas en español, simplificaría las cosas una barbaridad.

Luego descubrimos que no teníamos porqué preocuparnos por perder el vuelo a Rodas: se había retrasado como una hora. Conclusión: salí de mi casa a las 7 de la mañana y aterrizamos en Rodas a eso de las diez de la noche. Claro que aún quedaba la aventura de coger un taxi para llegar al hotel. Allí no había nada que fuera medianamente parecido a una cola (excepto por un grupo de ingleses que se intentaban organizar y que seguró que todavía andan esperando allí), sino que toda la gente (unas 100 personas) se apiñaba en torno a una marquesina. Como estabamos francamente cansados y un poco hasta los cojones, decidimos aplicar el método griego de coger taxis: nos situamos unos 15 metros delante de la marquesina y en cuanto se acercó un taxi libre nos arrojamos a la calzada delante suya. Imagino que los que estaban esperando en la marquesina debieron sentirse un poco molestos pero, sinceramente, nos importaba un bledo.

Continuará...